Por:
Miguel Godos Curay
Universidad
Nacional de Piura
Que Manuela Sáenz, la
patriota quiteña, tenga enemigos gratuitos en pleno siglo XXI. No nos extraña.
Los tiene el propio Libertador Bolívar a la vuelta de la esquina. Manuela, es
verdad, no tiene admiradores entre los cucufatos, los cerebroestrechos, los prejuiciosos,
los nobles de apellido rimbombante y sospechosa identidad genética. Los
insulsos, los que enmascaran su otro yo misógino, los indefinidos, los que
inventan la historia con pretensión predicadora. Los que reniegan de su pasado
también enfilan sus baterías contra Manuela.
No pensaban ni denostaban
así de la quiteña intelectuales apristas como Luis Alberto Sánchez, Germán
Arciniegas y Otto Morales Benitez. Nunca avaros en la admiración y en el elogio
a Manuela. Conspiradora, apasionada, contertulia audaz y valerosa. Arciniegas, dijo que a la Libertadora no la
dejan de ofender las cucarachas cerebrales tan dadas al veneno de la injuria. O
el maestro Otto Morales Benites, quien sostiene, que ignorar la presencia de la
mujer en el proceso de la emancipación es desconocer que la libertad antes de
transformarse en la beligerancia de la guerra separatista fue un sentimiento en
el corazón de nuestras mujeres. Ignorar este sentimiento no es un buen signo de
gratitud humana. No bebieron de las charcas de la injuria Oleary, Palma ,
Neruda y los numerosos biógrafos documentados de la quiteña.
“Julieta Huracanada”, “angel
color de espada” y “rosal hasta en la muerte errante”, llamó Pablo Neruda a
Manuelita Sáenz. Conspiradora desde los días iniciales, en 1820. Casada con
extranjero, fue una de las coautoras de la subversión militar en el famoso
batallón Numancia, que custodiaba Lima. Esa peregrina de América que gustaba de
lanzar arengas inflamadas y vestir uniforme. Amazona en campañas increíbles,
fue a la par hembra dulcísima. Sabía escribir cartas inauditas y no faltan los
que sostienen que también garabateó poemas y mantuvo lésbica relación con una
de sus esclavas negras. Consta que fue lectora de clásicos de la talla de
Plutarco y de Tácito, así como de Cervantes y Tirso e, igualmente, de nuestro
Garcilaso, que también era suyo porque ella nació en el gran Perú de Otrora.”
Escribe el historiador Juan José Vega.
Manuela será siempre motivo
de agitación. Unos exageran la nota
otros suman a su desprecio los prejuicios. Con Manuel Dammert, Otto Morales y
Anne Marie Hocquenghem dimos vida propia a la Cofradía Manuelitaria Esta
cofradía insomne que se detiene en la admiración de la Libertadora no puede ser
indiferente a todas las rebeldías invocadas en nombre de ese huracán de
libertad llamado Manuela Sáenz.
EL HOMENAJE DE NERUDA
Neruda, en varias ocasiones
estuvo de paso por Paita a bordo de vapores procedentes de Valparaiso. En una
de estas visitas recorrió las calles del
puerto confundido con viajeros y vaporinos, tal como poetisa en su poema La
Insepulta de Paita, nadie pudo darle noticia de Manuelita. La placa que colocó
el Rotary en una de las casas que habitó y que fue su morada postrera fue
iniciativa de la entonces regidora doña Eugenia Zúñiga quien compiló
información sobre Manuelita documentando su
iniciativa con la foto publicada en el libro de Evaristo San Cristóbal
“Vida Romántica del Libertador”. Después nada.
Neruda estuvo en Paita tras las huellas de Manuelita |
No han faltado las ficciones
huecas sobre una presunta entrevista y un recorrido de Paita con Neruda.
Ilustrados paiteños como don Julio Ginocchio, quien escribía en La Industria
con el seudónimo de “Rinaldo Prati”, no
hubiera dejado de mencionar. Ginocchio da pormenorizada noticia de la presencia
en Paita de Gabriela Mistral, Premio Nobel de la Literatura 1951 a quien
entrevista.
La Insepulta de Paita, es
una elegía conmovedora.
“En Paita
preguntamos
por ella, la Difunta:
tocar, tocar la tierra
de la bella
Enterrada.
No sabían.
Las balaustradas viejas,
los balcones celestes,
una
vieja ciudad de enredaderas
con un perfume audaz
como una cesta
de mangos
invencibles,
de piñas,
de chirimoyas profundas,
las moscas
del mercado
zumban
sobre el abandonado desaliño,
entre las cercenadas
cabezas de pescado,
y las
indias sentadas
vendiendo
los inciertos despojos
con majestad bravía,
-soberanas
de un reino
de cobre subterráneo-,
y el día era nublado,
el día era cansado,
el día era un perdido
caminante, en un largo
camino confundido
y
polvoriento.
Detuve al niño, al hombre,
al anciano,
y no sabían dónde
falleció
Manuelita,
ni cuál era su casa,
ni dónde estaba ahora
el polvo de sus
huesos.
Arriba iban los cerros amarillos,
secos como camellos,
en un viaje
en que nada se movía,
en un viaje de muertos,
porque es el agua
el
movimiento,
el manantial transcurre. el río crece y canta,
y allí los montes
duros
continuaron el tiempo:
era la edad, el viaje inmóvil
de los cerros
pelados
y yo les pregunté por Manuelita,
pero ellos no sabían,
no sabían el
nombre de las flores.
Al mar le preguntamos,
al viejo océano.
El mar peruano
abrió en la espuma viejos ojos incas
y habló la desdentada boca de la turquesa”.
PONIATOWSKA:MANUELA ERA DE
UNA AFIEBRADA PASION
María Elena Poniatowska, manuelitaria
mejicana, Premio Cervantes 2013 resume con vigorosas pinceladas las tormentas
afectivas de Manuelita. Sin duda,
huracán y río desbocado de pasión.
Lava ardiente de volcán que lo consume todo. Todo lo dicho y escrito sobre
ella. Es como la chamiza reseca que alimenta la hoguera de la pasión
inextinguible. De su existencia no hay duda. De su paso por Paita hay expresa
constancia en sus cartas. En la memoria esquiva, en el tufillo maledicente que
todo lo corroe con la incredulidad, el capricho y el odio gratuito.
Poniatowska anota: “Nadie sabe hasta dónde puede llegar el poder
de una mujer enamorada. Su potencia es la de cien mil potros a galope tendido.
Vence la distancia, su corazón desbocado pasa como loco encima de ríos, mueve
montañas y sigue el caracoleo de sus pezuñas retumbando. Las colinas, la
corteza de los árboles, los espesos muros de las haciendas recogen el eco de su
ímpetu. Cuando Manuela Sáenz no es una yegua desorbitada, es una mula cubierta
de barro, una burra lechera bajo el sol, un lento, un viejo animal cansado que
se revuelca en su pajar toda cubierta de olvido, una vendedora de tabaco en el
Perú. Desde niña es tan obstinada como los obstáculos que salta con sus
músculos destendidos, sus alados ijares , su grupa dispuesta al peso del
hombre. Esta mujer portentosa rompe la luz al entrar, la rasga con su
mirada.¡Que viva el Libertador y el Presidente de la Gran Colombia!.”
UN TALANTE HUMANO
EXTRAORDINARIO PARA BOUSSINGAULT
Los frailes se empeñaban en
elevar el amor sensual a la estatura mística con el propósito de convertir el
amor en una adoración lejos de las tentaciones carnales y el pecado abominable.
No dieron resultado las fórmulas gazmoñas ni los encierros. Manuela Sáenz fue
una amante volcánica. Se prendó en 1822 de Bolívar tras la victoria de
Pichincha y dejó a su marido el inglés James Thorne.
Manuela no tenía vocación de
celebridad melindrosa y austera. La pasión le brotaba del alma. El espíritu de
la independencia total le animaba de cuerpo entero. Era una librepensadora
feroz. Se perfumaba con la masculina agua de verbena, cabalgaba con los
pantalones bien puestos y pasmosa serenidad en medio de las lanzas y las balas.
Era lectora apasionada de Cervantes, del Inca Garcilaso de la Vega y Olmedo
cuyos versos recitaba de memoria.
En un tiempo en que las
mujeres educadas sólo sabían escribir su nombre era un portento de mujer. Jean
Baptiste Boussingault (1.02.1801 – 11.05 1887) el químico francés descubridor
del silicio en el acero, le dedica varias páginas de sus memorias. “Manuelita no admitía su edad. Cuando la
conocí parecía tener de 29 a 30 años: estaba en ese entonces en todo el
esplendor de su belleza irregular: bella mujer, algo gruesa, de ojos cafés,
mirada indecisa, de piel rosada de fondo blanco; cabellos negros. En cuanto a
su forma de ser, nada que se pueda tratar de entender: de repente se comportaba
como una gran dama, de repente como una ñapanga (grisette); ella bailaba con
perfección el minueto o la cachuca (cancan).
Su
conversación no tenía ningún interés cuando ella dejaba de adular con su
coquetería; con inclinación a la burla, pero sin gracia; ceceaba ligeramente
intencionalmente cuando visitaba a las damas del Ecuador. Tenía un encanto
secreto para hacerse adorar. El doctor Cheyme decía de ella: «Es una mujer de
una conformación singular»”
ROCAFUERTE LA ENVIO AL EXILIO
Manuela era temida por su
apasionada lealtad al Libertador y tras la muerte de su hermano José María se
le impidió el retorno al Ecuador. De nada sirvió la intercesión de su compadre
el General Juan José Flores con quien mantuvo desde el exilio porteño una
intensa comunicación epistolar. El 28 de Febrero de 1835 Vicente Rocafuerte
escribió al General Flores en elocuente carta lo siguiente: “Madame Stäel no era tan perjudicial a París
como la Sáenz en Quito, y sin embargo el gran Napoleón que no veía visiones, y
estaba acostumbrado a encadenar revoluciones, la desterró de Francia; el
Arzobispo Virrey de México desterró de la capital a la famosa Güera Rodríguez y
desde su destierro le hizo una revolución. La mujeres (de moral relajada)
preciadas de buenas mozas y habituales a las intrigas del gabinete son más
perjudiciales que un ejército de conspiradores.” Manuela, con el
insoportable dolor a cuestas y soportando el ostracismo tras la muerte de Bolívar
en San Pedro Alejandrino, auxiliada por la generosidad de sus amigos, se
dirigió a Paita.
Fue desde su rancho paiteño,
el 10 de Agosto de 1850, que refirió al General O´Leary pormenorizada relación
de los acontecimientos del 28 de Septiembre de 1828 en que en el Palacio de San
Carlos de Bogotá salvó la vida al Libertador. Bolívar le dijo: “Manuela, tu
eres la Libertadora del Libertador”. Riva Agüero, quien la odiaba rabiosamente,
la llama “la Sultana de las Mancebas del Libertador”. La verdad histórica es
otra. Dicen de ella que no sabía llorar sino encolerizarse como los hombres de
carácter duro. Pocos conocen que desde Paita y con el nombre de María de los
Angeles Calderón espiaba a los opositores de Flores y daba cuenta de los
acontecimientos políticos del Perú
GENERAL DE LA GUERRA DIO
CUENTA DE SU MUERTE.
La fecha exacta de su muerte
se pudo desentrañar gracias al hallazgo de una carta en el archivo del doctor
Aurelio Miro Quesada Sosa. Se trata de la carta que su bisabuelo, el general
Antonio de la Guerra, vencedor de Junín y Ayacucho, dirige desde Paita a su
esposa la dama piurana doña Josefa Goróstide Seminario. La carta esta fechada
el 5 de diciembre de 1856 y la misma precisa el día y la hora de la muerte de
Manuelita Sáenz. Este documento tiene un extraordinario valor documental ante
la inexistencia de archivos y documentos oficiales.
La carta al tenor dice: “El 23 del pasado a las 6 de la tarde
–precisa- dejó de existir nuestra amiga doña Manuela Sáenz, y tres días antes
enterraron a su sirvienta Juana Rosa, ambas fallecieron del abominable e
infernal enfermedad de de garganta. Dos días después de la muerte de la señora
se enfermó la Dominga del mismo accidente, la vio Mendoza, le echó el fallo y
aun la abandonó, y unas cholas comadres de doña Manuela la curaron en 4 días,
por lo cual deducimos, que en haberla abandonado Mendoza estuvo su salvación,
porque si la hubiera asistido la hubiera dirigido por el mismo camino de la
señora y su compañera, aún hay más; una de las Benites cayó con la misma
enfermedad, la asistía Mendoza, visto que no obtenía ningún alivio llamaron a
Bobbio y ya está buena y sana. Por manera que si los conocimientos de Mendoza
correspondieran a la importancia que se da, no mataría tanta gente”.
Garibaldi, la visitó en Paita en 1851 |
Guissepe Garibaldi, la
conoció en 1851 y le regala unas emotivas líneas en sus Memorias
Autobiográficas. Después de una memoriosa tertulia. El condottiero se despidió
de Manuelita con lágrimas en los ojos. Cinco años después en 1856, el año de su
muerte, la conoció el entonces joven contador de la corbeta de guerra “Loa”:
Ricardo Palma. La tradición “La Protectora y La Libertadora” da cuenta de la última
entrevista a la Libertadora. Para Palma, doña Manola, tenía la majestad de una
reina sobre su trono, vestía pobremente pero con dignidad y con aseo. Era una
animadísima conversadora. Nunca perdió su talante de mujer superior
acostumbrada al mando y a hacer su voluntad.
En Paita, Manuelita mantuvo
una relación de amistad con su paisano Pedro Moncayo. Pero esta proximidad se
diluyó cuando ella se convenció que Moncayo no era partidario del general
Flores, compadre de Manuela. Moncayo estaba seguro de que Manuelita era una
bien informada espía del general Flores que le daba cuenta de las actividades
de los conspiradores refugiados en Paita.
Manuela Saénz, con la banda bicolor por sus méritos patrióticos |
Miguel Godos. Efigie de Manuelita en la casa que fue su última morada |
Carlos Alvarez Saa, sostiene
que en Protocolo de Inventario de Mobiliario y otros de la casa quinta de su
Excelencia Simón Bolívar Nº 102 del 16 de diciembre de 1856 inscrito en la
Notaría Primera del Municipio de Santa Fe de Bogotá, en el rubro 198, se
registran “Documentos rescatados de la choza de la Sáenz en Paita, Perú por el
General Antonio de la Guerra y que remitiera al General Briceño, el cual
depositó en el congreso. En el mismo legajo se registran: “Documentos: Diario
del Libertador tomado minuciosamente por el Señor General del Perú de Lacroix
en Bucaramanga y un diario de la Sáenz de su estadía en Paita (Perú) el cual se
pondrá a buen recaudo por ser de sus apreciaciones suyas muy personales y de
pensamientos poco y nada recomendables para la salud de la República. Advierte
Alvarez Saa que estos papeles se encuentran en Ecuador desde 1985. El epílogo
es novelesco. El diario de Manuelita estuvo en manos del M-19 que también se
llevó la espada del Libertador de la
Quinta Bolívar en febrero de 1974. Alfaro Vive, negoció e ingresó estos papeles
clandestinamente al Ecuador. Los venerables despojos de Manuelita están en
Paita y su alma inquieta se estremece con los remolinos que danzan con su
mágico embrujo en la sal de la tarde.
CARTA DE MANUELA SAENZ AL
GENERAL FLORENCIO O´LEARY
Paita,
10 de agosto de 1850-Manuela Sáenz
Señor
general O'Leary, encargado de negocios de su majestad británica.
Florencio Oleary recogió tetstimonios de Manuelita |
Me
pide usted le diga lo que presencié el 25 de septiembre del año 28 en la casa
del gobierno bogotano, a más quiero decirle lo que ocurrió días antes. Una
noche, estando yo en dicha casa, me llamó una criada mía, diciéndome que una
señora con mucha precisión me llamaba en la puerta de calle; salí dejando al
Libertador en cama, algo resfriado. Esta señora (que existe) que me llamaba, me
dijo que tenía que hacerme ciertas revelaciones nacidas de afecto al
Libertador, pero que en recompensa exigía que no sonase su nombre; yo la hice
entrar, la dejé en el comedor y le indiqué al general. Él me dijo que estando
enfermo, no podía salir a recibirla, ni podía hacerla entrar a su cama, y que
yo la oyese, y que además, ella eso era lo que proponía. Le di a la señora
estas disculpas; la señora me dijo entonces que había una conspiración, nada
menos que contra su vida; que había muchas tentativas, y que solo la dilataban
hasta encontrar un tiro certero.
Que
los conjurados se reunían en varias partes: una de ellas, en la casa de moneda,
que el jefe de esta maquinación era el general Santander, aunque no asistía a
las reuniones y solo sabía el estado de las cosas por sus agentes. Pero que él
era el jefe de la obra. Que el general Córdova sabía algo, pero no el todo,
pues sus amigos lo iban reduciendo poco a poco. En fin, la señora me dijo
tanto, que ya ni recuerdo. El Libertador, apenas oyó nombrar al general
Córdova, se exaltó, llamó al edecán de servicio y le dijo: "Fergusson:
vaya usted a oír a esa señora". Este volvió, diciéndole lo que yo le había
dicho y con más precisión que yo. El general dijo: "Dígale usted a esa
mujer que se vaya, y que es una infamia el tomar el nombre de un general
valiente como el general Córdova". El señor Fergusson no fue tan brusco en
su respuesta, pero la cosa quedó en ese estado. Vino don Pepe París y le dijo
al general todo. Este señor contestó: "Esas buenas gentes tienen por usted
una decisión que todo les parece una conspiración". "Pero usted hable
mañana con ella", le dijo el general.
No
supe más sobre esto, pero en muy pocos días fue el acontecimiento que voy a
contar.
El
25 a las seis me mandó llamar el Libertador; contesté que estaba con dolor en
la cara; repitió otro recado, diciéndome que mi enfermedad era menos grave que
la suya y que fuera a verlo; como las calles estaban mojadas, me puse sobre mis
zapatos, zapatos dobles. (Estos le sirvieron en la huida, porque las botas las
habían sacado para limpiarlas). Cuando entré estaba en baño tibio; me dijo que
iba a haber una revolución; le dije: "puede, enhorabuena, haber no sólo
una sino hasta diez, pues usted da muy buena acogida a los avisos".
"No tengas cuidado, me dijo, ya no habrá nada". Me hizo que le leyera
durante el baño; de que se acostó, se durmió profundamente, sin más precaución
que su espada y pistolas, sin más guardia que la de costumbre, sin prevenir al
oficial de guardia ni a nadie, contento con que el jefe de estado mayor, o no
sé lo que era, le había dicho que no tuviera cuidado, que él respondía. (Este
era el señor coronel Guerra, que dicen que dio para esa noche santo, seña y
contraseña, y mas, al otro día andaba prendiendo a todos, hasta que no sé quién
denunció a dicho jefe). Serían las 12 de la noche cuando latieron mucho dos
perros del Libertador, y a más se oyó algún ruido extraño que debe haber sido
al chocar con los centinelas, pero sin armas de fuego para evitar ruido.
Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola
y tratar de abrir la puerta; lo contuve y le hice vestir, lo que verificó con
mucha serenidad y prontitud. Me dijo: "Bravo, vaya, pues: ya estoy
vestido, y ahora ¿qué haremos? Hacernos fuertes"; volvió a querer abrir la
puerta y lo detuve. Entonces se me ocurrió lo que le había oído al mismo general
un día: "¿Usted no le dijo a don Pepe París que esta ventana era muy buena
para un lance de estos?".
"Dices
muy bien" me dijo, y se fue a la ventana; yo impedí el que se botase
porque pasaban gentes, y lo verificó cuando no hubo gente y porque ya estaban
forzando la puerta. Yo fui a encontrarme con ellos, a darle tiempo a que se
fuese, pero no tuve tiempo para verlo saltar, ni para cerrar la ventana. De que
me vieron me agarraron y me preguntaron: "¿Dónde está Bolívar?". Les
dije que en el consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la
primera pieza con formalidad, pasaron a la segunda y viendo la ventana abierta,
exclamaron: "¡Huyó, se ha salvado!". Yo les decía: "no, señores,
no ha huido, está en el consejo"; y "¿por qué está abierta esta
ventana?". "Yo la acabo de abrir, porque deseaba saber qué ruido
había". Unos me creían y otros se pasaron al otro cuarto, tocando la cama
caliente, y más se desconsolaron, por más que yo les decía que yo estaba
acostada, esperando que saliese del consejo para darle un baño; me llevaban a
que les enseñara el consejo, porque usted sabe que siendo esa casa nueva, no
conocían cómo estaba repartida, y el que quedó de entrar a enseñarles, se
acobardó (según se supo después); yo les dije que sabía que había esa reunión,
que la llamaban consejo, a la que asistía todas las noches el Libertador, pero
que yo no conocía el lugar.
Con
esto se enfadaron mucho, y me llevan con ellos, hasta que encontré a Ibarra
herido, y de que me vio me dijo: "¡Conque han muerto al Libertador!".
"No, Ibarra, el Libertador vive". Conozco que ambos estuvimos
imprudentes; me puse a vendarlo con un pañuelo de mi cara. Entonces Zuláibar me
tomó por la mano a hacerme nuevas preguntas; no adelantando nada me condujeron
a las piezas de donde me habían sacado, y yo me llevé al herido y lo puse en la
cama del general. Dejaron centinela en las puertas y ventanas y se fueron.
Al
oír pasos de botas herradas me asomé a la ventana y vi pasar al coronel
Fergusson, que venía a la carrera de la casa donde estaba curándose de la
garganta: me vio con la luna, que era mucha, me preguntó por el Libertador y yo
le dije que no sabía de él, ni podía decirle más por los centinelas, pero le
previne que no entrara, porque lo matarían; ¡me contestó que moriría llenando
su deber! A poco oí un tiro; este fue el pistoletazo que le tiró Carujo y
además un sablazo en la frente y el cráneo; a poco se oyeron unas voces en la
calle y los centinelas se fueron, y yo tras ellos a ver al doctor Moore para
Andresito. El doctor salía de su cuarto y le iban a tirar, pero su asistente
dijo: "No maten al doctor" y ellos dijeron: "No hay que matar
sacerdotes". Fui a llamar al cuarto de don Fernando Bolívar, que estaba
enfermo, lo saqué y lo llevé a meter el cuerpo de Fergusson, pues yo lo creía
vivo, lo puse en el cuarto de José (que estaba de gravedad enfermo, si no
muere, porque él se habría puesto al peligro).
Subí
a ver a los demás, cuando llegaron los generales Urdaneta, Herrán y otros a
preguntar por el general; entonces les dije lo que había ocurrido, y lo más
gracioso de todo era que me decían: "¿Y a dónde se fue?" cosa que ni
el mismo Libertador sabía a dónde iba. Por no ver curar a Ibarra me fui hasta
la plaza, y allí encontré al Libertador a caballo hablando con Santander y Padilla,
entre mucha tropa que daban vivas al Libertador. Cuando regresó a la casa me
dijo: "Tú eres la Libertadora del Libertador". Se presentó don Tomás
Barriga y le iba a arengar; pero el general, con esa fogosidad que usted tanto
conocía, le dijo: "Sí, señor, por usted y otros como usted que crían
malcriados a sus hijos, hay estas cosas, porque de imbéciles confunden la
libertad con el libertinaje". Fueron muchos extranjeros, entre ellos el
señor Illingworth y todos fueron muy bien recibidos. El Libertador se cambió de
ropa y quiso dormir algo, pero no pudo porque a cada rato me preguntaba algo
sobre lo ocurrido y me decía: "No me digas más", yo callaba; y él
volvía a preguntar; y en esta alternativa amaneció. Yo tenía una gran fiebre.
El
Libertador se molestó mucho con el coronel Crofton, porque él apretó el
pescuezo a uno de los que condujo al palacio a quien el general mandó dar ropa
para que se quitase la que tenía mojada, buscándola entre la suya, y los trató
a todos con mucha benignidad; por lo que don Pepe París les dijo: "¿Y a
este hombre venían ustedes a matar?". Y contestó Horment: "Era al
poder y no al hombre"; entonces fue cuando tuvo lugar la apretada, a
tiempo que entraba el Libertador; y se puso furioso contra este jefe (Crofton)
afeándole su acción de un modo muy fuerte.
Dicen
que les aconsejó a los conjurados que no dijeran a sus jueces que traían el
plan de matarlo, pero que ellos decían que habiendo venido a eso no podían
negarlo. Hay otras tantísimas pruebas que dio el general de humanidad, que
sería nunca acabar. Su primera opinión fue el que se perdonase a todos, pero
usted sabe que para esto tenía que habérselas con el general Urdaneta y
Córdova, que eran unos de los que se entendían en estas cosas. Lo que sí no
podré dejar en silencio es que el consejo había sentenciado a muerte a todo el
que entró en palacio, y así es que excepto Zuláibar, Horment y Azuerito, que
confesaron con valor como héroes, de esa conspiración, los demás todos negaron,
y por eso dispusieron presentármelos a mí a que yo dijese si los había visto;
por esto el Libertador se puso furioso. "Esta señora, dijo, jamás será el
instrumento de muerte ni la delatora de desgraciados". No obstante esto,
me presentaron ya en mi casa a un señor Rojas, y consentí en verlo, por que tuve
muchos empeños de señoras para que dijese que no lo había visto; así lo hice,
mas una criada mía y un soldado que entraban a tiempo lo conocieron; pero yo
compuse la cosa con decir que si más caso hacían de lo que ellos decían que de
mí, y los que lo acusaban estaban equivocados, y se salvó. Dije también que don
Florentino González me había salvado a mí la vida diciendo: "No hay que
matar mujeres"; pero no fue él sino Horment al tiempo de entrar cuando
hicieron los tiros.
Entraron
con puñal en mano y con un cuero guarnecido de pistolas al pecho; puñal traían
todos, pistolas también; pero más creo que traían Zuláibar y Horment; entraron
con farol grande con algunos artilleros de los reemplazos del Perú. Estos
señores no entraron tan serenos, pues no repararon ni en una pistola que yo
puse sobre una cómoda, ni en la espada que estaba arrimada, y además, en el
sofá del cuarto había fuerza de pliegos cerrados y no los vieron; cuando se
fueron los escondí debajo de la estera.
El
Libertador se fue con una pistola y con el sable que no sé quien le había
regalado en
Europa. Al tiempo de caer en la calle pasaba su repostero y lo
acompañó. El general se quedó en el río, y mandó a este a saber cómo andaban
los cuarteles; con el aviso que lo llevó, salió y fue para el de Vargas. Lo
demás, usted lo sabe mejor que yo, sin estar presente, que sí está, yo sé que
usted habría muerto. No se puede decir más, sino que la Providencia salvó al
Libertador, pues nunca estuvo más solo; no había más edecanes que Fergusson e
Ibarra, ambos enfermos, en cama; el uno en la calle y el otro en casa, y el
coronel Bolívar donde el general Padilla. Nuestro José muy malo, don Fernando
enfermo; la casa era un hospital.
Cuando
el general marchó de Bogotá, no sé para dónde, fue que me dijo: "Está al
llegar preso el general Padilla; te encargo que lo visites en su prisión; que
lo consueles y lo sirvas en cuanto se le ofrezca". Así lo hice yo. El
señor general Obando, a quien Dios guarde por muchos años, ha dicho en Lima
antes de ahora, que yo, en medio de mis malas cualidades, tenía la de haberme
portado con mucha generosidad, a lo que yo contesté que esa virtud no era mía,
sino del Libertador, que me había dado tantas y tan repetidas lecciones de
clemencia con el mismo panegirista. Esto es muy cierto, a usted le consta. De
modo que tantos escapados de la muerte fue por el Libertador. Basta decir a
usted que yo tuve en mi casa a personas que buscaban, y que el Libertador lo
sabía.
Al
general Gaitán le avisaba que se quitara de tal parte porque ya se sabía. Al
doctor Merizalde le vi yo en una casa al tiempo de entrar yo a caballo, y le
dije a la dueña de casa: "Si así como vengo con un criado, viniese otra
persona conmigo, habrían visto al doctor Merizalde; dígale usted que sea más
cauto".
Tal
vez sería por eso que después de muerto el Libertador me hizo comadre
Merizalde.
Infinitas
cosas refiriría a usted este género, y las omito por no ser más largas,
asegurándole a usted que en lo principal no fui yo más que el instrumento de la
magnanimidad del gran Bolívar.
Manuela
Sáenz
Paita,
10 de agosto de 1850.
TESTIMONIOS COLOMBIANOS DE
LA AUDACIA PATRIÓTICA DE MANUELA SAENZ
Uno de los elocuentes
testimonios de la audacia de la Libertadora ha quedado consignado en la obra
teatral titulada La conspiración de
septiembre. Drama histórico en cinco actos y en prosa, del escritor José María
Samper Agudelo (1897). José María Samper Agudelo (Honda, Tolima, 31 de marzo de
1828 - Anapoima, Cundinamarca, 22 de julio de 1888) fue un humanista, literato,
periodista y político colombiano. Presentó el proyecto de Ley 66 de 1867 que
dio creación a la Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia,
siendo hoy en día, la más grande e importante del país.
Es autor de los poemarios
(Flores marchitas, 1849; Ecos de los Andes, 1860), comedias (La conspiración de
septiembre, 1857; Un hijo del pueblo, 1857), novelas (Martín Flores, 1866; El
poeta soldado, 1881; Historia de un alma, 1881), ensayos (Apuntamientos para la
historia política y social de Nueva Granada, 1853; Los partidos políticos en
Colombia: estudio histórico político, 1869) y estudios biográficos (Galería
nacional de hombres ilustres, 1879). En Francia trabajó
simultáneamente en numerosísimos y muy diversos campos: poesía, novela,
historia, cuadros de costumbres y discursos políticos. De Europa pasó a Lima
(Perú). En 1862, y allí permaneció como
redactor del diario El Comercio hasta 1863.
Entre sus obras, sobresalen,
además de las ya citadas, Curso elemental de Ciencia de la Legislación (1866),
en la que expone la concepción liberal del estado de la Colombia del siglo XIX;
Derecho público interno de Colombia. Historia crítica del Derecho
constitucional colombiano desde 1810 hasta 1886, obra que revela su madurez en
torno a la concepción del Estado y de la Sociedad. Entre 1855-1857 escribió
algunas obras de teatro como Las conspiraciones de septiembre; El hijo del
pueblo; Dios corrige, no mata; Un alcalde a la antigua y dos primos a la
moderna; Los Aguinaldos; Percances de un empleo. Su talento y vasta cultura le
han llevado a ser miembro de las Sociedades de Geografía Americana y de París,
de la Academia de Bellas Letras de Chile, de la Real Academia Española y del
Instituto de Ciencias Morales y Políticas de Caracas.
Manuela salvó la vida del Libertador Bolívar |
En esta composición teatral
se consigna este elocuente diálogo entre Manuela y Bolívar.
ESCENA
8a
DICHOS
menos el OFICIAL
Manuela:
General, ¡sálvese usted!
Bolívar:
(cruzando los brazos) ¡No! yo espero a mis enemigos... ¡No les tengo miedo, y
mi sangre aplacará su cólera infernal!
Manuela:
¡Oh! yo se lo suplico a usted... Todavía hay remedio...
Bolívar:
¿Cuál?
Manuela: ¡La fuga!
Bolívar:
No; ¡el vencedor de Junín no sabe huir! (suena un pistoletazo).
Manuela:
¡Ese es un anuncio! Salga usted, por mi amor, por su vida, por sus glorias...
¡sálvese usted! ¡pero pronto que ya están en la escalera!
Bolívar:
¿Y a qué fin huir cobardemente?... ¡Siempre seré víctima de su furor!
Afuera: ¡Viva la libertad! ¡viva Colombia!
Manuela:
¿Oyó usted? ¡Sus gritos amenazadores manifiestan su cólera sangrienta!... ¡ya
se acercan! ¡Oh! ¡piedad! (se arrodilla).
Bolívar:
¡Pero por dónde huir!
Manuela:
(levantándose con rapidez). Por allí. El balcón de la alcoba no es tan alto, y
la calle está sola hacia este lado (nuevos rumores y choque cercano de armas).
Bolívar:
¡Pero no es digna de mí la cobardía! ¡Que vengan a levantar sobre mi cadáver la
estatua de la libertad!... Deja que vengan a herir el corazón del héroe de
Colombia... ¡Yo los espero con resignación! ¡Que sea el palacio del presidente
de Colombia el calvario del fundador de tres naciones... Déjame morir!
Manuela:
¡No morirá usted! ¡Yo le arrancaré a la muerte! (le toma por un brazo). ¡Venga
usted y salve a Colombia, salvando su vida! (le conduce hacia la alcoba).
Afuera:
¡Viva Colombia! ¡muera el tirano! (sigue un murmullo sordo, y entran con
precipitación varios en tumulto).
ESCENA
10a
DICHOS
y MANUELA SAENZ
Manuela: (saliendo a la puerta de la alcoba).
¡Todavía no!... ¡Atrás, asesinos de la patria!
Uno:
(levantando el sable sobre ella). ¡Muere, mujer abominable!
Carujo:
Detente... ¡El que toca a una mujer es un miserable! (le alza el sable).
Manuela:
¡Oh! ¡todavía es usted un valiente!
Horment:
¡Dónde se oculta ese tirano detestable!
Manuela:
¡Entrad todos, y le hallaréis en su lecho esperando la muerte!
Horment:
¡Entremos! (entran a la alcoba Horment, Zuláibar y el que lleva el farol).
Manuela:
¡Ah, desgraciados! ¡les tengo compasión!
Horment:
(saliendo) ¡Maldición!...
Zuláibar:
(id.) ¡Se ha escapado por el balcón!
Azuero:
¡Ah! ¡cobarde tiranuelo que no tiene valor para morir!...
Horment:
¡Mujer infernal! ¡tú lo has salvado, engañándonos!...
Manuela:
¡He cumplido mi deber!
Todos:
¡Salgamos! ¡salgamos!
Manuela:
¡Salid para buscar la proscripción o el cadalso!
Manuela salvó la vida de Bolívar en varias ocasiones. Mandaba a
probar los alimentos y bebidas que consumía. Sus redes de espionaje le daban
cuenta de eventuales conspiraciones y deslealtades. No tenía pelos en la lengua
para hacer conocer sus opiniones a
Bolívar. Y muchas veces lo demoró ex profeso develando tretas criminales para
asesinarlo. Unos le temían otros compartían
sus ocurrencias con la tropa. Corría a lomo de caballo como una diestra
envidiable e hizo de los pantalones su prenda preferida. Sabía de política y
aplicaba su intuición a cada uno de los actos de Bolívar. Tenía acceso a la
correspondencia secreta de Bolívar y organizaba
sus archivos.
En Paita vivió a expensas de
sus amigos. Su declaración de pobreza de 1847 revela esa dura circunstancia que
la obligó a mudarse de casa. Así se
hospedó en la casa del Cónsul Americano Alexander Ruden, posteriormente mudó a
un altillo por cuyas escaleras rodó y no volvió a levantarse. Lo que la obligó
a mudarse a la casa de los Vásquez
Artadi en donde se colocó la placa. LAS refiere que según el testimonio
de su ahijada Paulita Orejuela Castillo “La Morito” (1922) en la casa donde vivió su madrina
funcionaba la pulpería del chino Ricardo Wong. El poeta paiteño Teodoro Garcés
Negrón, habla de una casa en el concurrido barrio de La Punta “cofre de un
sublime amor/ aquí vivió Manuelita/ la que amó al Libertador”.
Manuelita es en Paita un
recuerdo vivo de la rica historia del puerto. La última casa
que habitó se mantiene de pie endeble por el paso del tiempo y el olvido
esquivo de la institucionalidad oficial. Es lo poco que queda de historia con la inasible esperanza que corre como el
agua entre los dedos.